A pie de obra, en fábricas o en grandes naves de almacenaje: el calzado de seguridad es demandado en todos aquellos lugares en los que los pies deben estar especialmente protegidos. Hace tiempo que los zapatos de seguridad dejaron atrás el tosco diseño que los caracterizaba, sin renunciar por ello a sus funciones de seguridad. A continuación, le explicamos por qué el confort para los pies y para la espalda son igualmente imprescindibles.
Pasamos más de un tercio de nuestra vida con los pies enfundados en zapatos. Es obvio, por tanto, que la seguridad por sí sola no es suficiente. A fin de cuentas, los pies deben pasar muchas horas día tras día en este calzado especial. Si la amortiguación no es la adecuada o la flexión no se corresponde con el movimiento natural del pie, el día de trabajo puede convertirse rápidamente en una tortura y la salud de los pies verse comprometida. El calzado de seguridad debe ser el adecuado, de tal modo que, incluso al cabo de una larga jornada de trabajo, el usuario siga sintiéndose bien. Debe ser funcional y cómodo y, además, cumplir con otra serie de exigencias.
Como los buenos zapatos en general, también los de seguridad deben no solo estar confeccionados con materiales de primera calidad, sino también corresponderse con la forma natural del pie en términos de longitud y anchura. Esto se logra, sobre todo, mediante una horma basada en los conocimientos actuales de la tecnología del calzado ortopédico.
Los pies pueden tener diferentes anchuras. Cerca de la mitad de las personas tienen pies de anchura normal; el 45%, pies de anchura extra, y el 5%, pies estrechos. Por ello, son interesantes los zapatos con sistemas de múltiples anchuras: Los zapatos demasiado estrechos pueden acarrear irritaciones cutáneas y sudoración excesiva; en un zapato demasiado ancho, el pie no encuentra sostén, lo que puede provocar rápidamente el engarrotamiento de su musculatura.
Evidentemente, el calzado debe ajustarse también en su longitud. Si los zapatos son demasiado pequeños, acaban alterando antes o después la posición angular de los dedos; si son demasiado grandes, el pie se resbala por el espacio vacío concebido para la flexión plantar. Esto hace que los dedos se compriman con cada paso. Al mismo tiempo, hay demasiado espacio en la zona del talón, y, con cada paso, el pie se resbala por el zapato. Esto trae consigo una alteración de la marcha del usuario, y una sobrecarga de las articulaciones.
El zapato debería, además, estabilizar la marcha y contar con una correcta sujeción del talón. En otras palabras: los talones deberían quedar envueltos por un ligero soporte, que garantice un efecto de apoyo para todo el pie. Esto permite una marcha segura, libera la articulación del tobillo, reduce el riesgo de torceduras y ayuda a prevenir las dolencias en las articulaciones y la columna vertebral.
Es determinante, además, que el calzado disponga de un sistema de amortiguación de ajuste individualizado. Tales sistemas son imprescindibles a la hora de reducir las cargas en forma de presión e impactos a las que se ven sometidas las articulaciones, los discos intervertebrales y la columna vertebral al andar o al correr. Máxime cuando se trabaja sobre suelos duros. La clave estriba en unos elementos amortiguadores especiales y sustituibles, con un volumen elástico suficiente. Lo ideal es que puedan ajustarse al peso del cuerpo del usuario y no se vean sometidos al desgaste. Este último detalle es importante, ya que, de lo contrario, el efecto amortiguador iría mermando sin que la persona se percate de ello.
Para quellas personas que deban pasar mucho tiemp de pie, es aconseiable una amortiguaciôn de la zona delantera del pie adicional.
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